En México la defensa del territorio no es nueva, es una deuda histórica, que hoy toma mucho más fuerza pues, implica también, la defensa de los pueblos indígenas, quienes han tenido que organizarse para hacer frente a saqueos, despojos y violencias derivadas de la imposición de megaproyectos en sus regiones. En primera fila de estas luchas hay miles de mujeres que han tenido que salir de sus comunidades para defender, entre muchas otras cosas, el agua y la vida.
La «Caravana por el Agua y la vida» convocada por los Pueblos Unidos de la Región Cholulteca y los Volcanes con respaldo del Congreso Nacional Indígena (CNI) del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) que recorrió en este 2022 nueve estados del país, (Puebla, Ciudad de México, Tlaxcala, Querétaro, Veracruz, Morelos, Guerrero y Oaxaca) con actividades en defensa del agua, la tierra y la vida. Otro caso fue la marcha global contra la militarización y la guerra capitalista y patriarcal convocada por el Congreso Nacional Indígena (CNI) y otros pueblos que tuvo presencia en Ciudad de México y otros estados del país.
Este tipo de acciones son significativas, pues además de visibilizar el impacto ambiental que tiene la imposición de estos megaproyectos, las defensoras y defensores han podido denunciar los riesgos a los que se enfrentan por su labor, principalmente por parte de autoridades de distintos niveles de gobierno y grupos del crimen organizado.
Pero las defensoras y defensores del territorio de diferentes lugares de México sostienen: “In atl to huaxca huan amo ni monaca: El agua es nuestra y no se vende”.
Como fotoperiodista, acompañar estas acciones y espacios de organización desde mi trabajo me ha llevado a diferentes preguntas, autocrítica e ideas.
Más allá de visibilizar, dar contexto y contrastar la información (aspectos básicos del periodismo), me ha importado escuchar de manera profunda y atenta a integrantes de los pueblos que luchan.
Me he enfocado, principalmente, en el papel de las mujeres (de distintas edades). Su papel en este proceso de resistencia es clave.
Tan solo de 2019 a 2021 fueron asesinadas 29 personas defensoras del territorio, 15 de ellas indígenas, 6 de ellas mujeres, de acuerdo a un Informe del Comité Cerezo.
Son mujeres, jóvenes, adolescentes, niñas, que no necesariamente se enuncian desde el feminismo (algunas sí), pero cuestionan el orden patriarcal y tratan de aportar lo que pueden a sus comunidades.
“Nosotros, como pueblos originarios, existimos desde hace muchos años. Somos guardianes de la tierra y de lo que la madre tierra nos ofrece, pero el sistema capitalista lo ve para lucrar. Entonces los pueblos originarios hacemos acciones y convocamos a los demás pueblos a que luchen con nosotros para acabar con ese sistema capitalista que está destruyendo a nuestra madre naturaleza”, me dijo Abigail, una joven nahua de Juan C. Bonilla, tiene 17 años y se ha involucrado en la lucha de su comunidad.
Anselma, una joven otomí con la que he conversado en varios momentos me ha dicho cosas como: “Todos estamos enfrentando el mismo problema. Entonces así compartimos saberes y sabemos que todo tiene que ver con estas empresas transnacionales, que son las que han venido a saquear nuestra agua, que han venido a privatizar todo”.
Otras conversaciones y acciones con mujeres de otros territorios me han llevado a observar mi propia forma de situarme ante el territorio, a preguntarme de manera más contundente por mis raíces, por qué es el agua, qué es la tierra para mí.
No he concluido nada aún, pero sí puedo decir que, tras este andar siguiendo a los pueblos, a las mujeres que luchan por el agua, busco transformar, gradualmente, las narrativas que construyo y transmito a través de mi trabajo como periodista y fotógrafa.