Desde la etimología: trans, se entiende como un prefijo (un afijo que se antepone a la raíz de otra palabra, cifra o letra, un elemento formador de palabras); tiene su orígen en el Latín, y significa “más allá, a través, ir más allá”. Sin embargo, en el cissexista portal digital de la Real Academia Española (RAE) al insertar trans en el buscador, obtenemos también el prefijo tras-”en algunas voces”, seguido del significado de trans- “al otro lado de” o “a través de”. El problema llega cuando en los ejemplos de aplicación no se contempla el uso para reconocer la existencia de personas trans*. Y sí, sabemos que la RAE es una empresa colonial, privada y que su incidencia en las problemáticas sociales, es nula; a pesar de estar financiada mayormente con capital público. —¿Será que otro de sus fines es controlar los cambios sociales que la lengua trae consigo?—. Ocupar a la RAE como ejemplo no es solo porque tiene mala fama en territorios saqueados por la Corona Española, es también porque queremos chismosear con fundamentos y continuar incitando a la sospecha colectiva, así como al repudio-acción ante todo acto de invisibilización y de desinformación financiados por los CIStemas. Al buscar transgénero, transexual, travesti, en la misma plataforma, se nos arrojan respuestas que caen en lo que Blas Radi nombra como: la ignorancia activa, que a su vez podemos entrelazar con lo que John Gibler, nombra como: la incompetencia exquicita. Ambos términos están asociados a las sistematizadas acciones por parte de instituciones públicas y privadas para que imperen violencias estructurales y “errores-involuntarios”, los cuales desde la sociedad organizada exigimos que sean erradicados sin prórroga, ni excusa alguna. Dichas omisiones terminan fomentando violencias y permisos sociales de exterminio sobre personas trans*, discas*, racializadas, personas LGBTICQ+*, personas en situación de calle, personas migrantes en tránsito, personas adultas mayores, infancias…
Muchos años me he cuestionado ¿no que muy antisistemas?, ¿para qué queremos que las instituciones absorban nuestros auto nombramientos?, ¿no que muy desobediente? Lo que he entendido con el paso de los años es que en lo particular y ante la legalidad no tengo ningún interés en ser reconocido/* por la forma específica como yo me vivo y nombro, pero sí me interesa exigir que en lo cotidiano exista el acuerdo masivo de defender y promover a quien disiente y a toda existencia que difiere de las impuestas “normas” Cisheteras. Entonces si la RAE no está reconociendo la diferencia, para mí, ahí está el repudio; si los estados-naciones, si mi familia, si los lugares de trabajo, si los espacios públicos tampoco lo reconocen, entonces ahí también toca cuestionar y desobedecer.
Desde temprana edad (5 años), recuerdo bien la sensación de incomodidad que me acompañaba cada mañana antes de ir a la escuela, en la adolescencia recuerdo bien los insultos y el desprecio que aprendí y que me autoapliqué por muchos años.
Hoy me gustan todas esas formas para nombrarme, después de abrazar mucho a Quesito de la infancia, puedo autoreferirme así sin miedo ni vergüenza alguna. Lo hago con la intención de arrebatar “insultos” y de honrar nuestras existencias a través de la decodificación/resignificación del lenguaje. Si me dicen bestia, ¡sí!, concuerdo con Mary Shelly y me proyecto en las reflexiones de la bestia creada por el Dr. Frankenstein: también me siento como un ser inadaptado, rechazado por mis creador*s, agredido por la sociedad normativa. A pesar de no causar ningún tipo de daño —más que a la moral cishetera— y, al contrario, intentando entenderla junto con sus inseguridades y miedos, lo que varias bestias reciben es rechazo, agresiones físicas, emocionales, muerte. Y bueno, la historia de “Frankenstein” termina en venganza, una que no creo replicar pero que construye el imaginario de lo que una “Bestia” es capaz de hacer solo porque toda la sociedad le apartó y violentó anteriormente (emoji de ojos hacia arriba).
Entonces, si me llaman bestia, la verdad no siento insulto alguno, lo que queda en evidencia es una sociedad sumisa, personas que se conforman con emociones que le hacen daño a ellas mismas, queda en evidencia una sociedad que defiende lo indefendible: La inalteración de la existencia.
Quienes disentimos a la imposición de las normas, nos ha hecho ser personas vistas meramente como cuerpos/bultos que deben de ser sancionad*s y discrminado*s. Esta forma de vernos, no es gratuita se han hecho y se hacen esfuerzos con capital público y privado para desaparecer nuestras vivencias (como la RAE).
Es entonces cuando me enorgullezco de ser una persona inadaptada a ese tipo de sociedad, acepto completamente ser un salvaje y desviad*, honro la valentía de quienes fueron quemad*s en la hoguera, torturad*s por esa sociedad “normal” que aplaudió y que pide se violenten a las vivencias no-normativas.
Ayer fui género inconforme -a secas-, otro día fui trans, hoy soy trans*a machorro, mañana seguro que vendrá alguna mutación. Sabemos que estamos en constante cambio, y que en este contexto histórico y territorial vari*s optamos por entrar en la categoría de personas Trans*, con o sin asterisco, pero en otra época, en otros territorios, en otros contextos, lo que nos toca es escuchar y por supuesto, jamás negar la experiencia de quien se comparte.
Me enorgullece pertenecer a la alteración que desvía caminos, que crea veredas hacia la sinceridad. Esto quise ser cuando fuera grande, ojalá que vengan muchas infancias desobedientes y que a pesar de todo, puedan reivindicar en su etapa adulta lo hermosa que es la “fantasía” e imaginación.
Una campaña de El Día Después